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GENTE DE CONIL

Sueños hechos realidad al toque de campanas

Daniel Domínguez  |  07 de julio de 2015 (00:44 h.)

Sacristán de la parroquia de Santa Catalina desde hace 37 años, Juan el Campanero es todo un emblema del pueblo de Conil, al que lleva toda una vida dedicado desde la Iglesia, la radio y la música. 

Virtudes ve cada mañana el sol nacer por Castilnovo. Catalina mira al mar y Ana al campo. Francisco de Paula es el testigo del poniente, que suena con las demás para dar los toques que otrora marcaron el ritmo de vida de la gente de Conil. Las campanas de la iglesia miran a los cuatro puntos cardinales y tienen nombre, nombres que bien conoce Juan el Campanero.

Sacristán de la parroquia de Santa Catalina desde hace 37 años, Juan García Medina es todo un personaje de la historia del pueblo de Conil, donde a sus 59 años se le puede ver atendiendo a los feligreses y turistas, tocando con su grupo musical Cybión, cantando en el coro parroquial, ayudando en Cáritas, comentando el día a día de su pueblo en Radio Juventud y trabajando en sus ratos libres en el campo de la Vega que heredó de su padre y que guarda como una reliquia en la que desconectar del mundo para disfrutar de la naturaleza que le marcó desde su niñez.

La infancia de Juan el Campanero transcurrió entre el campo y la iglesia, donde nació entre las paredes del antiguo convento de los frailes mínimos. “Yo nací aquí porque aquí vivían mis padres”, confiesa. “La casa que había arriba era una vivienda familiar que tenía el que estaba antes que mi abuelo, que fue el que vino aquí”.

Fe y trabajo marcaron desde niño al campanero de Conil. “Mi padre era agricultor y se casó con mi madre, que era de la familia que vivía aquí en la iglesia, y aquí se quedaron a vivir, porque también mi madre era la única mujer en la familia y se ocupó de todos los hermanos”. Por eso, Juan fue monaguillo “como todos los chiquillos de entonces” en las horas 'santas' y un trabajador más del campo en los días que ayudaba a su padre.

“Desde los diez años estuve en el campo siendo agricultor puro de oliva, de los de entonces, con ganado a mi cargo ayudando a mi padre”, recuerda Juan, al tiempo que señala que “el contacto temprano con los animales, la tierra, el trabajo y el esfuerzo sobrehumano que había que hacer en aquel entonces, donde se trabajaba de sol a sol y prácticamente sin descanso, te marca”. Allí estuvo en el campo “cargando y pelando remolachas, ordeñando vacas y segando hierbas para darles de comer en pleno contacto con la naturaleza viva” hasta que hizo el servicio militar obligatorio.

Una vida al servicio de la Iglesia

Después, en julio de 1978, “el padre Mateo me propuso que me hiciera cargo de la sacristía porque el antiguo sacristán, que era mi tío, estaba ya enfermo”. Con 22 años, Juan comenzó a llevar las labores parroquiales de su cargo, que entonces incluía el toque manual de las campanas un mínimo de 12 veces al día. “Yo antes no tenía colesterol”, bromea recordando cuántas veces subía las escaleras del campanario y que sirvieron para darle el apodo por el que todo el mundo lo conoce y que ha asimilado con total naturalidad después de tantos años. “Yo mismo cuando hablo por teléfono digo 'Juan el Campanero' y ya no tengo que dar más datos”, señala.

Las campanas la electrificaron a comienzos del siglo XXI, pero todavía hay algo que las máquinas no pueden sustituir, los repiques. Pero el trabajo de Juan en la parroquia no se queda sólo en dar los repiques de campanas, sino que lleva una importante actividad organizando la vida parroquial, cantando en el coro, colaborando en Cáritas y gestionando el cementerio, además de atender a todos los que acuden en su ayuda con “vivencias tan variopintas”.

Ahora en verano, a las ocho y cuarto ya está Juan en la iglesia preparado para la misa de la mañana. Después desayuna y abre el despacho parroquial hasta las dos de la tarde, que debe cerrar, aunque normalmente lo haga siempre más tarde. A las seis abre de nuevo hasta las nueve de la noche, que, aunque es lo habitual, son horarios que cambian en función de las necesidades de las personas con la que se va encontrando cada día. “Si a lo mejor estoy cerrando una noche y hay un par de turistas que me pregunta algo, aunque tengra prisas, ya me enrolló y les explicó toda la historia porque ellos vienen a mi pueblo y quieren saber, y por qué no se lo voy a decir si yo lo sé”, explica llanamente.

Juan reconoce que “siempre he hecho lo que creía que tenía que hacer, no sé si bien o mal, pero siempre he tratado de darle mucha importancia a cada persona que viene a solicitar una historia, aunque sea lo más ínfimo”. Cristiano con carnet de militante en Izquierda Unida, el Campanero sigue apostando por “salir al paso de la gente que necesita que estés cerca de ella”.

Música para las inquietudes

Juan se confiesa una persona “con muchas inquietudes” que ha llegado a realizar muchos de sus sueños. Y uno de ellos estuvo siempre relacionado con la música. “Mi pasión con la música comenzó en la Vega”, donde su padre tenía el campo. “Yo me llevaba muchos días de invierno que no se podía salir, y escuchaba la radio y yo soñaba con aquellas canciones que entonces pegaban mucha caña, las baladas italianas”.

Según cuenta, eran sueños de adolescencia y juventud. “Si yo pudiera algún día hacer una cosa de esta...”, pensaba muchas tardes. Y acabó haciéndolo. “Dios me dio la posibilidad de tener oído para estas cosas y sensibilidad y lo único que he hecho es potenciarlo, ponerlo en marcha y fomentarlo, y a través de eso he llegado a componer hasta mis propias canciones”.

El germen de su actividad musical también tuvo lugar bajo el techo de la iglesia. “En aquellos entonces, aquí en el salón parroqual se hacían por parte de unos curas salesianos, que venían de Campano, una serie de actividades en las que los muchachos cantaban, tocaban la guitarra, hacían obras de teatro y también nosotros, algunos, empezamos a hacer nuestros pinitos, hacer un grupo musical y ahí empezó la historia”. Juan señala que “luego llegó 1973 y Caquín, el Flequi y yo hicimos un trío musical y estuvimos yendo a Chiclana y San Fernando, aunque duró poco tiempo, pero aquella espina se quedó ahí”.

Así, Juan recuerda que su amigo Basallote es el que tenía la iniciativa de crear un grupo propio y “una vez que yo volví de la mili nos metimos en esto del grupo también en julio del 78”, la misma fecha en la que entró a trabajar como sacristán. “Teníamos una sala de reuniones para ver estas cosas que era un Seíta de color bombona de butano”, añade con un recuerdo alegre. “Ahí nos metíamos los cinco y nos hartábamos de fumar dentro del Seíta [de Juan Sánchez], donde pasamos muchas noches soñando e inventando”.

Aquellos cinco amigos no eran otros que los que crearon el grupo musical Cybión que, después de casi cuatro décadas, sigue amenizando las fiestas de cada año en Conil. “Entonces salimos Juan Sánchez, Altamirano, que repartía leche en Barbate, Basallote, Cantillo y yo, y fuimos los cinco primeros que hicimos aquel grupo primitivo que empezó con muchísimas penurias y esfuerzos, pero con mucha ilusión”. Pero para Juan “las penurias no tenían sentido y se olvidaban en cuanto nos subíamos al escenario”, aclara. “Fuimos una revolución musical en Conil en cuanto al tema de grupos, y luego también surgieron otros grupitos que algunos duraron más y otros menos”. Más tarde se incorporaron Fernando Crespo y Ambrosio el Gamba.

Juan, al igual que el éxito de su grupo, sigue a día de hoy actuando en un pueblo que siempre los acogen con regocijo y que ha reconocido su trayectoria hasta dándole la nomenclatura de Cybión a una calle, un nombre que “vino por tema de Cantillo y Juan, que trabajaban en imprenta, y dicen que venía del griego y que quería decir trozo de pescado salado o algo así”.

“Los comienzos fueron más difíciles”, en un tiempo en que “no se salían los viernes y el sábado era flojillo”, pero “hemos tenido la habilidad de conectar con el público y hemos tratado siempre de recoger un repertorio adecuado para que la gente se lo pase bien”. Quizás ahí radique la clave de su éxito. “Yo creo que es algo un poco raro que después de tantísimos años todavía la gente diga 'qué bien, va a venir Cybión'. Le tenemos muchos que agradecer a la gente, se lo tenemos que agradecer todo”, asevera Juan, quien sostiene que “somos el grupo del pueblo”.

“¡Umm, qué moderno!”

Sueño por sueño, no sólo la música es lo que hacía imaginar un mañana mejor a Juan cuando oía la radio de pequeño. También el hecho de ser parte de ella. “Me gustaba cómo hablaban los locutores”, explica Juan, quien recuerda aún su programa favorito, 'Club de Amigos', de Radio Popular de Jerez. “La gente escribía cartas y pedían canciones y yo me embobaba escuchando lo que ponía la gente en las cartas, que querían escuchar aquella canción, que saludaban a Periquito o Manolito...”

“Yo pensaba ojalá pueda hacer yo eso, y creo que he hecho realidad mi sueño”, afirma Juan, que comenzó en el mundillo de la radio gracias a su amigo Juan el Cardillo en un momento en que nacían emisoras ilegales por muchos rincones de la geografía española. “Éste estaba metido en una de esas emisoras que no era ilegal, pero sí alegal”, en referencia a la Radio Conil de entonces, donde Juan empezó a colaborar “con la estrategia de ese programa que escuchaba en el campo”.

“Empecé a recibir 20 y 30 cartas al día y la gente te escribían poesías, parodias y chistes, y querían saludar”, más cuando, según explica, “estábamos en el punto 102 del dial que tenía una potencia que llegaba más allá de Conil”. Juan se caracterizó por utilizar ciertas expresiones que se acabaron convirtiendo en populares en su momento, y la gente así se lo hacía saber al verlo por la calle. “Cuando leía alguna carta yo decía ¡umm, qué moderno! y aquello se tomó como una expresión del programa”.

Después llegó la competencia de emisoras a Conil y se estableció “una especie de guerra” y, como cree Juan, “en las guerras todo el mundo pierde y tanto una como la otra [en referencia a las dos emisoras] tuvieron que cerrar”. Sin embargo, el que siembra, recoge. “Los que habíamos probado el gustillo por la radio dijimos que Conil no podía estar sin una” y a finales de la década de los 80 “quedamos en comprar una emisora que había cerrado en Cádiz y con esos aparatos nos embarcamos cinco personas que trajimos los aparatos y con el esfuerzo de una veintena de chavales y muchísimas ganas de hacer radio trabajamos a la espera de que se hiciera todo legal, pues estuvimos un tiempo alegal", hasta que el Ayuntamiento la municipalizó más tarde..

Así nació Radio Juventud de Conil, que tuvo su primera acogida en el antiguo cuartel de la Guardia Civil que ahora es el Fórum. “La persona que lo tenía, nuestro amigo Alfredo, nos dijo que podíamos ponernos ahí y montar la radio. El cuartel estaba ya abandonado, porque se había mudado”, aclara.

Juan Sánchez, Antonio Márquez, Manuel Lobón, José Antonio Ureba 'El Zurdo' y Juan el Campanero. Hombres del pueblo, con ideas de izquierdas, hablando al pueblo de Conil. “Con esto de la radio ocurrió como Cybión, nos dijimos, 'quillo tenemos que hacer la radio que a la gente le gusta' y en eso nos pusimos”, en una radio que tuvo a Juan como director hasta algo más de mediados de los 90. “Los temas de la radio chocaban con los temas políticos, pero fíjate tú que quizás sea el único medio de comunicación de España que tiene desde que yo era director el tiempo en partes iguales para todos los grupos políticos”, se complace Juan, quien añade que “todavía se mantiene esa democracia”.

“Un pueblo con sabor a pueblo”

Tantos años contando el día a día de Conil a través de los micrófonos, donde Juan sigue colaborando pese a no dirigir ya la radio municipal, le han hecho conocer muy de cerca a la gente de su pueblo. “Conil siempre ha sido un pueblo muy habilidoso para buscarse la vida”, manifiesta el Campanero, quien ironiza recordando las palabras de un político de sus tiempos, que aseguraba que “en Conil el más tonto hace un reloj de madera y funciona... ¡y lo vende!”.

Para Juan, la idiosincrasia de la gente de Conil, al igual que el resto de la comarca, tiene mucho que ver con los pícaros de épocas pasadas y con las personas que se iban reuniendo en la entonces villa de la Torre de Guzmán, que crecía a la par que las almadrabas del duque. “Indudablemente eso tiene que quedar en algo”.

“Conil ha sido bendecido con el mar atlántico, la playa, los pinares y el campo tan inmenso. Esto es para darle las gracias a Dios todos los días”, enfatiza, enamorado de su pueblo, que como tal, no quiere que deje de serlo. “Quiero que Conil no cambie más”, dice rotundamente, al tiempo que añade que “cuando dicen la ciudad de Conil parece que el día de mañana va a ser esto una ciudad y yo no quiero que lo sea, sino que siga siendo un pueblo”.

“Que mantengan este pueblo con ese sabor a pueblo” es lo que Juan espera que hagan los conileños del presente y del mañana. “Que se conserve ese prado hasta la Torre [de Castilnovo], la playa y lo poquito que le queda de salvaje a Conil”, porque aquí se puede “llegar a un pueblo y tocar la naturaleza a la vez que tener todas las comodidades de la vida moderna”.

Quizás Juan el Campanero quiere que Conil siga siendo un pueblo como él, que siempre ha tratado de ser sencillo, en el hablar y en el actuar, sin aparentar más de lo que es ni ser lo que no le corresponde. De ahí que su ilusión por el mañana sea tan sencilla: liberarse del tiempo para “hacer un programa de radio sin prisas” y “dedicarme en pleno al campo”.

“Amigo del tiempo y no esclavo”, ese es el sueño pendiente de un hombre que ha hecho realidad muchos otros y que, con ellos, ha escrito buena parte de la historia moderna de Conil de la Frontera.